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domingo, 8 de mayo de 2011

EL SEVERO GRONDECOURT

A los seis años fue apartado de su hermana Gisela, a quien apreciaba muchísimo, pue su padre, el Emperador, consideraba que había que endurecerlo y convertirlo en un buen soldado (el ejército era apreciado por el Emperador que siempre vestía de uniforme).el pequeño kronprinz debería abandonar el entorno de la amorosa gisela, en la que se sentía seguro, para verse sometido a la tutela directa de un preceptor que tendría la misión de robustecerlo mental y físicamente...
Se llamaba Leopoldo y ostentaba el título de conde de Gondrecourt. Se trataba de un militar, de actitud severa y rígida; pero precisamente por eso mismo fue elegido por el emperador Francisco jose. Gondrecourt, con su marcial reciedumbre, parecía la persona idónea para encauzar en esa dirección al heredero. Por supuesto, Franz Joseph no tuvo en cuenta el impacto que podía ejercer en el niño, una criatura sensible, tímido, nervioso y asustadizo. El aya baronesa de Welden, la niñera Leopoldine Nischer y la hermana Gisela tendrían que asumir que Rodolfo debía iniciar su instrucción de cadete. Gondrecourt dirigía los ejercicios que se prolongaban durante horas y horas. La voz surgía potente, resonaba levantando ecos en el patio de palacio, impartiendo órdenes. Rodolfo intentaba desfilar sin perder el paso, sosteniendo su arma en la posición adecuada, mientras Gondrecourt le señalaba los defectos sin alabar nunca el esfuerzo ni la voluntad. Y lo peor no eran los ejercicios, por extenuante que resultase aquel programa para el principito. Gondrecourt estaba decidido a que el niño superase sus temores por la vía, bastante drástica, de obligarle a enfrentarse a todo lo que le suscitaba pavor. Grondecourt sometía al niño a verdaderos torturas con el fin de endurecer su cuerpo y su mente. Ente las muchas de las atrocidades está la de encerrarlo en un recinto del parque Leinz, completamente solo y anunciándole que habían soltado allí un jabalío o bien lo despertaba a bases de disparos al aire y si el niño lloraba lo sometía a duchas frías. 

El drástico método de Gondrecourt se cobró su tributo. El niño no se atrevía a quejarse ante nadie, menos aún ante su padre o su abuela, del riguroso trato de su preceptor. Pero, sin embargo, el sufrimiento psíquico y físico se manifestó en una propensión todavía mayor a enfermar. El niño pronto comenzó a perder pesos y a tener ataques de histerias. Apenas comía, porque, cuando comía, el estómago le dolía de manera espantosa y acababa devolviendo cada bocado ingerido, hasta que sólo expulsaba bilis. A menudo se despertaba febril, empapado en sudor frío mientras la temperatura de su cuerpo ascendía. La baronesa de Welden observaba lo que sucedía, experimentando en carne propia el dolor del niño a quien había criado. Le parecía increíble que la archiduquesa Sofia, una buena abuela, no se percatase de que aquel entrenamiento militar estaba destrozando por completo la salud del pequeño. Pero Sofia estaba convencida de que Gondrecourt actuaba admirablemente, colocando al niño en circunstancias en las que éste tuviese que vencerse a sí mismo para trocar las debilidades en fortaleza.

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